La importancia de llamarse Ernesto

La recurrencia. Otra vez. Como si fuera autocontenida. Me siento. El gato fija su mirada en mí. Nos miramos.

«La importancia de llamarse Ernesto». Lo había encontrado en varios lugares, pero no se había atrevido siquiera a abrirlo. Tal vez porque le gustaba más lo que le sugería que el riesgo de ver qué decía realmente. Lo que tiene de especial lo recurrente es que no le alcanza con ocurrir, sino que debe reincidir. Obvio.

En cambio, las ocurrencias, sólo son válidas una vez. Y basta. Ernesto, como sabrán, tenía varias. Cada vez que le decían «ay, pero qué ocurrente Ernesto!», no lograba entender del todo si era un halago a su sentido del humor, una ironía por su carencia de, o simplemente una descripción de que él estaba ocurriendo allí mismo, en toda su ernesticidad.

Y si bien era recurrente en su ocurrir, no le gustaba categorizarse en este primero. «Yo ocurro, en distinto tiempo y espacio, que son las condiciones mínimas para que algo sea experienciable, pero siempre ocurro en distinta intensidad, dimensión específica para entender el porqué no recurrencio sino que solo ocurro». «Lo Ernesto ocurre cada vez que tu cuerpo transforma energía, ya sea en un movimiento, en un pensamiento o en un ernestamiento, que es la particularidad particular tuya», le contestaba amigue

«El yo es la reunión de una infinitud de ocurrencias, que se vuelven recurrencias cuando este las conglomera y las clasifica. El yo, no tiene nada de personal», agregaba otre. . Aún no sabía porqué se seguía juntando con tamaña gente.

 

mesa

Lo recurrente, pensaba el lector (a la vez que pensaba en cómo el escritor podría saberlo), es que en estos relatos no ocurre nada. El escritor, por su parte, acusaba de aquello a los personajes, por no ocurrir en alguna acción para ser narrada. Siquiera en alguna recurrencia, por más repetitiva que sea. Y también al lector, ya que le acusaba la responsabilidad histórica de no usar su propia imaginación cuando al escritor le falta.

Suficiente falta de imaginación tengo yo como para lidiar con la falta del otro. Y suficiente tengo también con tener que lidiar con Ernesto, que cada vez que comienzo a escribir se pone expectante de qué hará esta vez. Y claro, cuando nada ocurre, debo aguantarme sus berrinches y sus desplantes.

Es mejor, creo solemnemente, que el lector imagine una bonita historia con Ernesto y terminen los reclamos por partida doble.

 

 

Y me cuentan.

Si gustan.

2 comentarios (+¿añadir los tuyos?)

  1. anarominam
    Nov 29, 2018 @ 04:51:57

    La recurrencia de ciertas ocurrencias hace que el Yo ocurra mas que los otros yoes… y el otre que se quede cerca siempre y cuando haga recurrir el yo mas ocurrente 👀

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  2. totu
    Dic 10, 2018 @ 22:31:24

    la voz asume un cuerpo. Los cuerpos se van expandiendo, hasta conquistar la corporalidad del texto, hasta desarticular ficciones, hasta transfigurar el texto en cuerpo. Le resta, entonces, dejarse guiar por el deseo, aquél que no busca un vínculo que perdure para siempre sino que cambie, que se expanda, que deambule. Versiones porosas y leves, menos trágicas, más cercanas a lo impreciso de una fuga, más cercanas, tal vez, a lo infinito.

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